miércoles, 10 de diciembre de 2014

El Proyector de Alfredo: Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola

Hoy comenzamos en La Voz de Carmona una nueva sección: El Proyector de Alfredo. Desde esta sección, queremos conocer a profundidad los grandes clásicos del Cine, esas películas que no podemos dejar de ver. Agradecemos a nuestro columnista, Tom Hagen, que nos guiará por las obras maestras del Séptimo Arte.

Por Tom Hagen.

Cuando Coppola comenzó a rodar en Filipinas en 1976, era el rey de Hollywood. Ya tenía dos obras merecedoras del Oscar a la mejor película y una Palma de Oro en Cannes. Todo el aparato logístico y económico de la industria del cine americano estaba a su disposición. Y perdió el norte.

Si en tu opinión Apocalypse Now no es una pesadilla suficientemente potente y oscura, te recomiendo ver "Heart of Darkness: A Filmmaker Apocalypse", el making off que vino del infierno. Cuando Coppola estaba rodando la obra definitiva sobre el Horror, sabía de lo que estaba hablando.

La película fue presentada en Cannes en 1979 como una “work in progress”, inacabada y sujeta a modificaciones. Ganó la Palma de Oro junto a El Tambor de Hojalata de Volker Schlöndorff. En el año 2000 se estrenó Apocalypse Now Redux, con escenas añadidas y un final diferente. Personalmente recomiendo la versión de 1979, originalmente se montó así, y con razón.

Todo empieza con Willard encerrado en una habitación en Saigón esperando una misión. Lo encontramos al borde del suicidio, manteniéndose de alcohol y tabaco, atormentado por imágenes de una selva en llamas, asqueado de si mismo, y ya inservible para la vida civil. Somos testigos de la intimidad de un hombre destruido y desesperado, tanto, que da pudor verlo y querríamos apartar la vista en más de una ocasión.

La misión de Willard consiste en matar al Coronel Kurtz, oculto en Camboya con su ejército personal tras renegar de los mandos américanos. Los militares que encargan la misión a Willard lo presentan como un loco asesino de métodos inmorales al que hay que eliminar. Willard escucha grabaciones de Kurtz que buscan probar su locura, pero producen un efecto catártico en él. Se está mirando en un espejo, escucha palabras que bien podrían ser suyas. Esas palabras le han llegado hondo y se siente intrigado por la figura de Kurtz: un renegado de la locura, inhumanidad y doble moral de los altos mandos del ejército americano en una guerra inútil y absurda que se está alargando demasiado. Kurtz es consciente de los errores de los americanos y sabe que nunca ganarán la guerra con esos métodos, por eso decide ir por libre.

Willard deberá viajar rio Nung arriba en un pequeño barco con una tripulación de cuatro hombres que no deben conocer la naturaleza de esta misión secreta. No sabe qué hará cuando esté frente a frente con Kurtz ni si podrá completar su misión, su fascinación es tan grande en estos momentos que el coronel renegado comienza a tomar forma de figura mitológica, de dios terrenal.

Todo el recorrido por el rio Nung está cargado de caos, situaciones absurdas y pánico a sonidos que anuncian más caos y muerte. Aparecen humos verdes, amarillos y naranjas que brotan del suelo como el azufre del inframundo. Todo es irreal, entre el sueño y la vigilia. Willard y sus hombres están envueltos en un entorno de pesadilla donde es casi imposible no perder la razón. Los comandantes y soldados, aislados, pierden la noción de la realidad, pierden parte de su humanidad y cometen actos monstruosos justificados por el odio al enemigo de guerra. Está todo fuera de control, se les ha ido la situación de las manos, ya es una guerra que no pueden ganar.

Si los altos mandos insisten en la locura de Kurtz, ¿entonces qué debemos pensar del Coronel Kilgore? Es un oficial obsesionado con el surf y la altura de olas, contradictorio y en ocasiones desquiciado. No siempre toma sus decisiones tácticas por las razones adecuadas y se mueve por el caos de la guerra con tanta seguridad y disfrute que da miedo. Sabemos que no le va a rozar ni una bala. Es responsable de masacres en pueblos, bombardeos con napalm en la selva para demostrar poderío militar, despilfarro de armamento y sacrificio de vidas tanto americanas como vietnamitas. Una joya.

El segmento donde aparece Kilgore es con diferencia el más antibelicista de la película y también el que más humor tiene. Este personaje deja huella, para bien y para mal. Wagner, vacas aerotransportadas y soldados haciendo surf en el delta del rio Nung. Inolvidable (en este segmento también aparece Coppola haciendo un cameo como realizador de televisión. No olvidemos que esta guerra fue la primera televisada y documentada tanto por fotógrafos de prensa como por cámaras de televisión).

Vamos avanzando por el rio Nung y la fascinación crece, Willard se identifica cada vez más con esa imagen de Kurtz que ha ido fabricando en su mente. Kurtz es Willard 2.0. Lo que él podría llegar a ser de dejar salir su verdadera naturaleza. En este viaje Willard debe atravesar la oscuridad, llegar al final para ganar la lucidez que todos confunden con locura. Este viaje no lo anuncian en MSC Cruceros.

Llegamos al puente de Do Lung, la frontera con Camboya, es el final del camino y el ambiente de pesadilla e irrealidad se intensifica. Es el punto de no retorno y el enfrentamiento con Kurtz ya es inevitable. Lo que vemos a continuación parece salido de una escena de Holocausto Canibal. Ruinas de templos con cadáveres desmembrados, colgados de los árboles y cabezas humanas desperdigadas por escalinatas de piedra. Willard se enfrenta a un nuevo nivel de barbarie y ya no sabe qué pensar de este hombre adorado como un dios por su ejército.

Kurtz sabe que han mandado a Willard para asesinarle y lo mantiene cautivo mientras le habla de sus razones e ideas. Willard descubre a un hombre destruido que no quiere sufrir más el dolor que le produce el horror y el terror moral a los que ya no puede mirar de frente y aceptar. Está cansado y sabe que ahora sí ha llegado su momento de morir. Y elige a Willard para ejecutar el sacrificio. Willard cumple con su misión y emerge como el sucesor de Kurtz a ojos del ejército. Pero sus planes son otros. Se marcha del baluarte de Kurtz renacido y transformado, dejando atrás ese pedazo del infierno en la tierra.

Martin Sheen y Marlon Brando se salen de la pantalla. Los dos tremendamente comprometidos con su trabajo. Eso sí, Brando se pasó el guión de Coppola y Milius por el arco del triunfo y creó de sus tripas y su cerebro privilegiado al Coronel Kurtz. Cuando Brando empezó a hablar, Coppola metió fuego a sus papeles y las cámaras siguiendo rodando. Martin Sheen (un actor tristemente poco utilizado e infravalorado) tenía muchos problemas en esos tiempos y llegó a sufrir un ataque al corazón del que se recuperó para seguir con la película, que no hubiera sido la misma sin él. Robert Duvall que marca a fuego al espectador con su Colonel Kilgore, se lo pipa y se nota.

La película está repleta de imágenes hermosísimas y colores alucinantes, gracias tanto a la espectacular luz de Filipinas como al genio Vittorio Storaro, de una sensibilidad y perfeccionismo increibles. Las escenas de guerra son una bestialidad. Violencia planificada con grandeza e imaginacíon, muy cuidada y de una belleza que te hipnotiza.

La música incidental es inquietante, vanguardista y efectiva, en concordancia con el aire de pesadilla e irrealidad de la película. Mención aparte, las dos apariciones estelares de Los Doors y su “The End”, al principio y al final. Pocas veces se ha utilizado mejor una canción en una película. Quien hubiera dicho que Coppola casi se vuelve loco rodando esta obra inmortal. Una maravilla.

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