Por Tom Hagen.
“Recuerda. No estamos en la Tierra”.
Solaris está basada en la novela del mismo título de 1961 de Stanislaw Lem, importantísimo escritor polaco especializado en la ciencia ficción bien entendida : como vehículo de reflexión sobre la naturaleza humana en relación con el resto del universo. Aunque es la película más conocida de Andrei Tarkovsky, el director ruso no quedó muy contento con el resultado y no la consideraba uno de sus mejores trabajos. En esto coincidía con Lem, que opinaba que no se le dió suficiente importancia al dilema filosófico y a las relevantes questiones que la historia proponía, quedando así la reflexión eclipsada por la potente historia de amor recuperado.
En un futuro indefinido la humanidad lleva décadas estudiando un planeta muy particular llamado Solaris. La superficie de este planeta es un plasma de naturaleza misteriosa que cambia constantemente de forma, color y densidad, y se le llama El Océano. Para su estudio se ha creado una ciencia específica llamada Solarística que se encuentra en punto muerto y a punto de desaparecer ante la falta de avances y resultados con sentido. La continuidad de esta ciencia dependerá de Kris Kelvin, un psicólogo experto en Solarística que será enviado a la estación espacial que orbita alrededor de Solaris para realizar un informe de lo que ocurre allí. Pero antes de iniciar su viaje, del que no sabe si volverá, Kris hará una visita a su padre en la que conocerá la inquietante experiencia años atrás en Solaris de un piloto llamado Burton que sobrevoló El Oceáno en una misión de rescate fallida y quedó socialmente estigmatizado de por vida. Kris llega a la estación, que tiene un aspecto abandonado y descuidado, se respira un ambiente opresivo, como reflejo del estado mental de sus habitantes (la estación llegó a tener ochenta, y ahora quedan tres): Sartorius (astrobiólogo), Snaut (cibernético) y Gibarian (fisiólogo) que se ven forzados a convivir con Los Visitantes. Kris también se enfrentará a su propio visitante: su esposa Hari, fallecida hace diez años.
Tarkovsky es conocido por ser un cineasta críptico y misterioso, pero en este caso la gran virtud de Solaris es su accesibilidad. Se logran plantear questiones de gran carga filosófica sin apabullar al espectador. Eso si, el director no pierde su habilidad para componer planos y secuencias inquietantes que descolocan y fascinan al mismo tiempo. Combina el terror, el thriller psicológico, el suspense y un romanticismo exacerbado con coherencia y mano firme, guiándote por un viaje único y hermoso al abismo de la existencia humana.
La gran cuestión es que el gran reto del ser humano es trascenderse a si mismo y a sus límites, sólo así tendrá acceso al verdadero conocimiento. ¿Pero es esto realmente posible? La condición humana es una barrera para el hombre, su egocentrismo inherente le hace incapaz de abrirse completamente y asumir la existencia de otras formas de vida inteligente.
La misma esencia de la humanidad es un obstáculo para el contacto y la comunicación con el Océano, un sistema cerebral gigante capaz de procesos mentales complejos, que al ser incomprensible para el hombre se convierte en su némesis y objeto de aniquilación. Porque el hombre siente el impulso de destruir lo que no entiende y hace un uso inmoral de la ciencia. Se establecen barreras artificiales, y se daña el concepto de pensamiento sin límites, que es esencial si queremos conocer y entender el universo que nos rodea y del que formamos parte. Debemos asimilar que no somos la medida de las cosas, sólo una parte más del mecanismo del cosmos. Y una parte muy insignificante. “El hombre necesita al hombre”, queremos extender la Tierra al resto del Universo, en realidad no nos interesa conquistar y conocer el cosmos. Cuando pisamos terreno desconocido nos supera y no sabemos qué hacer con la nueva información sobre otros mundos. Queremos otra Tierra porque tememos lo que no comprendemos. Si se busca la verdad, se está condenado al conocimiento, y es una condena porque ser consciente que existe algo más grande en el universo que nosotros es doloroso de asimilar.
A lo largo de la película se establecen continuas contraposiciones: emoción vs observación científica, buena persona vs buen científico, poeta vs funcionario. Una cosa lastra a la otra, son irreconciliables y al final, excluyentes. La percepción puramente humana no es fiable, no es científica, en determinadas circunstancias la emoción es enemiga de la observación serena y objetiva. Si debemos renunciar a lo que nos hace humanos, olvidarnos de nosotros mismos para mantener una mente científica aséptica en la búsqueda del verdadero conocimiento,¿es una utopía el conocimiento sin límites?¿ es la fragilidad de la mente humana un obstáculo insalvable? La locura ante lo que no llegamos a comprender, la soledad en el exilio del espacio, la incomunicación, la falta de contacto humano, la depresión, hacen que olvidemos las verdaderas razones que nos hacen querer estar vivos. El hombre, fuera de su hábitat, sufre. Nuestra concepción ombliguista del universo puede llegar a destruirnos (Gibarian es un ejemplo).
Por eso los visitantes son un peligro para la misión, desestabilizan y amenazan a la razón, constituyen un riesgo fatal en el momento que se establece contacto emocional con ellos. Estos visitantes empezaron a aparecer tras el primer bombardeo con radiación a la superficie del Océano. La explicación que se le da a estas presencias es que Solaris se alimenta de los sueños, extrae islas de memoria y responde a la radiación con la materialización de estos seres sacados de las mentes de los habitantes de la estación. ¿Son un intento de comunicación por parte del Océano? ¿son una venganza o una lección? El problema es que en todo acto de comunicación, el emisor y el receptor deben compartir cierto nivel de signos y significados para entenderse, y ya sabemos que al ser humano no se le da bien dejar su ego aparte y asumir que está tratando con una inteligencia superior. Así que la destrucción de estas presencias es la única salida que encuentran a este dilema. Pero los visitantes son regenerables y vuelven a aparecer. Son seres primigenios, puros de sentimiento, con todo por descubrir, con una gran necesidad de amor y compañía, y su humanidad va creciendo a medida que pasan más tiempo con los habitantes de la estación.
El gran exponente de los visitantes es Hari (la difunta esposa de Kris), que posee una mente analítica y articulada, que expresa cómo se siente en cada momento y reflexiona sobre su propia existencia. Se pregunta ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? lo que la convierte en el alma de la película y la depositaria del cariño y la ternura del espectador, que al igual que Kris no tiene más remedio que enamorarse de ella. El personaje de Hari es la encarnación de la pregunta: ¿qué nos hace humanos? Hari “aprende” intuitivamente a ser humana, utilizando su capacidad innata para sentir. Al final, es un ser humano completo porque ama y es capaz de sacrificarse por amor. Asi que ¿es el amor una capacidad estrictamente humana y por tanto definitoria? Nuestra naturaleza está conformada por todo lo que la ciencia no puede medir ni cuantificar: la felicidad, el amor y la muerte. Estos son los misterios y las simples verdades humanas que perdemos en el camino del conocimiento, porque lo que es indispensable a la vida es dañino y un obstáculo para la expansión de la mente científica.
¿Está el hombre condenado a la tristeza y la desolación si pretende conocer de verdad el universo que le rodea? ¿Hemos olvidado, en esta carrera por el conocimiento, que las personas son la principal razón para vivir porque el amar nos define como humanos?, ¿hemos perdido el instinto del sentido de lo cósmico, que sí entendían los antiguos? Ellos comprendían cual es nuestro lugar en el universo y sabían decodificar las señales que venían del cielo, y así ampliar su percepción de la naturaleza y aplicar ese conocimiento a su cultura , lo que les convertía en verdaderos sabios.
Kris encuentra su propia respuesta a estas cuestiones y decide quedarse dónde más le han querido, porque los lugares se impregnan de nuestras vivencias y sentimientos, y van adquiriendo una carga emocional imprescindible para alejar de nosotros la soledad y la tristeza. El refugio del hombre vuelve a ser el propio hombre.